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viernes, 28 de junio de 2019

Sección 116. ¿Creación o Evolución? 3. Los hechos y la teoría.

SECCIÓN 116

¿CREACIÓN O EVOLUCIÓN?

3. LOS HECHOS Y LA TEORÍA


Los hechos, brevemente expuestos son de tres tipos:

1. HECHOS DE CARÁCTER GEOLÓGICO

La tierra, en cierto lugares (Gran Cañon del Colorado, por ejemplo), se presenta como un inmenso pastel estratificado, en el que cada capa, de espesor variable, se diferencia de las demás por su consistencia, su composición química, su estructura interna: las rocas difieren unas de otras. Por citar tan sólo las rocas sedimentarias, las más interesantes, es evidente que esos sedimentos se depositaron unos sobre otros, en extensiones a veces considerables, lo más frecuentemente en capas horizontales (cuando la orogénesis, o formación de las montañas, no ha trastornado este orden).

Estas rocas sedimentarias contienen fósiles, es decir, seres de antaño vivos (animales o vegetales) que, aprisionados en los sedimentos, han sufrido transformaciones químicas y físicas que, por lo general, no han alterado su forma; a pesar de su apariencia de piedra, pueden, pues, reconocerse fácilmente las especies vivas, que han quedado así inmortalizadas como estatuas, testimonios irrefutables de formas vivas existentes en el momento de ser sepuladas.

2. HECHOS DE CARÁCTER PALEONTOLÓGICO

Estos fósiles son innumerables. Revelan tres tipos de seres vivos:

1. Especies idénticas a las que conocemos actualmente: gusanos, algas insectos, etc.

2. Especies totalmente extinguidas en nuestros días: enormes reptiles, dinosaurios, etc.

3. Especies diferentes a las nuestras, pero que, por determinadas características, se parecen más o menos a especies actuales y se pueden clasificar en función de dicha similitud para establecer familias.

Parece, además, que el número de fósiles complejos y con un alto nivel de organización es cada vez mayor cuando se pasa de las rocas primarias a las secundarias, y de las secundarias a las terciarias o cuaternarias, a pesar de algunas excepciones que comentaremos.

3. HECHOS DE CARÁCTER BIOLÓGICO.

Los experimentos realizados en el laboratorio permiten constatar ciertos hechos o leyes. Así, la estabilidad casi absoluta de las especies que se reproducen según leyes de la herencia conocidas desde Mendel (finales del siglo XIX). Igualmente la aparición, excepcionalmente rara, de mutaciones tranformadoras de ciertas características de esas especies, ya se trate de supresión de órganos, de artrofia o de cualquier anomalía. Tales son los hecos. A partir de estos se construye una teoría -lo cual es perfectamente legítimo-, tendente a explicarlos, a integrarlos en un conjunto armonioso de ideas.

Esta teoría, del transformismo, se ha ido impoiendo a todos poco a poco por su carácter coherente, por su amplitud, por la seducción que ejerce. Así lo señala J. Carles: "Sabemos ya que el pasado lejano no era parecido al presente, y es agradable pensr que era inferior y que después se ha producido un progreso."

¡Pero esto no es más que una teoría! Interesante, grandiosa, seductora, hemos de reconocerlo. Pero teoría y no hechos. Incluso hay expertos de primera fila que reconocen que la teoría descansa a veces sobre bases bien frágiles. Hasta el punto de que J. T. Bonner, profesor de Biología en la Universidad de Princeton, ha podido escribir: "Todos hemos dicho a nuestros alumnos, a lo largo de los años, que no acepten ninguna declaración por la autoridad de su nombre, sino que verifiquen las pruebas. A este respecto es bastante paradójico comprobar que hemos cometido el error de no seguir nuestros propios buenos consejos".

Jean Flori & Henri Rasolofomasoandro, ¿Creación o Evolución?
  

martes, 11 de junio de 2019

SECCIÓN 114. ¿CREACIÓN O EVOLUCIÓN? 2. El medio psicológico

SECCIÓN 114

¿CREACIÓN O EVOLUCIÓN?

2. EL MEDIO PSICOLÓGICO

 

Todo a nuestro alrededor cambia y se transforma: los paisajes, las personas. Ya lo decía el filósofo griego Demócricto: "Todo fluye... no se baña uno dos veces en el mismo río."

El niño crece, se hace adulto, se reproduce y muere. La cara del mundo se ve así transformada permanentemente: evoluciona. 

Es ésta una evidencia en la que no insistiremos. Hemos de reseñar no obstante, que esta constatación de la transformación permanente sobre el mundo y de nosotros mismos nos imprena cada vez más, sobre todod viviendo como vivimos una época de movimientos acelerados y donde sólo excepcionalmente advertimos la estabilidad. Sumidos en un ambiente de evolución, la misma noción de estabilidad se nos escapa progresivamente. Pensamos en términos de evolución, acostumbrados como estamos a ver modificarse nuestro entorno. Tanto que, con la mayor naturalidad, acogemos con agrado -como si estuviera en la naturaleza misma de las cosas- toda idea que se inserte en el contexto evolucionista de nuestro pensamiento. Por el contrario, nuestro espíritu demuestra ciertas reticencias ante toda noción ligada  a la idea de estabilidad. 

Todavía nos repugna más la idea de una marcha atrás. Y esto es así porque nos pmregna igualmente el mito del continuo progreso:

Nació al mismo tiempo que la idea moderna de evolución, en el siglo XIX, con la expansión de la ciencia, la civilización industrial y la revolución técnica. La humanidad parecía hallarse -al menos a los ojos de las élites- en el umbral de una maravillosa era: la técnica desarrollaría al infinito las posibilidades de la industria. Esta generaría nuevos empleos para las masas de trabajadores, sólo tenidas en cuenta, por lo demás, para menospreciarlas y temerlas. Y, sobre todo, proporcionaría a las clases burguesas una riqueza cada vez mayor.

¡Adelante! Ante la humanidad se abría un futuro radiante: la edad de oro que épocas anteriores buscaban en un pasado lejado, cuyo recuerdo conservaban vagamente, el apraíso perdido, era ¡futuro! La burguesía del siglo XIX creyó con absoluta convicción que asistía al despuntar de los albores de un brillante amanecer. 

Sin duda, quedaban innumerables misterios en la naturaleza; pero la ciencia, adolescente ambisiosa y optimista, se encargaría de desvelarlos, de hacer comprender todo, de explicar todo. Recuérdese la declaración perentoria y enfática del gran químico francés Berthelot: "Hoy acaba de escribirse el útlimo capítulo de la química." Creía, y su época con él, que todo estaba descubierto, que el mundo quedaba definitivamente sometido al hombre, quien sabría desmontar sus mecanismos, estudiar y perfeccionar su funcionamiento.

Julio Verne, popular escritor de "ciencia-ficción", encarna a la perfección el espíritu de su tiempo. Muestra al hombre liberado, por fin, del dominio de las fuerzas de la naturaleza y, a su vez, dominándolas. El hombre que, con su inteligencia, resuelve todos los problemas, descubre otros mundos, crea felicidad, la justicia y la paz.

'Ingenuo optimismo! Entusiasmo juvenil que hoy día nos hace sonreir con cierta nostalgia. Porque el siglo XX ha sabido bajarnos rápidamente los humos: guerra, paro, desasosiego, contaminación, amenaza permanente, rápido agotamiento de los recursos naturales, injusticia social a nivel mundial...

¡Qué desilusión, qué amarga desilusión la de nuestro tiempo! Una desilusión que se convierte en abatimiento para unos, en rechazo para otros: los que, en la droga, por ejemplo, busca, fuera del tiempo, el paraíso que ya no creen ni pasado ni futuro... ¡Y todavía menos, presente!

Los biólogos no son más optimistas. J. Rostand, el genial biólogo, también humanista espiritual y equilibrado, se siente preocupado por el futuro de la humanidad; constata, como hombre de ciencia, que las taras físicas se perpetuan; que las radiaciones y el abuso de sustancias químicas multiplican las mutaciones, que, degradantes, afectan progrsivamente nuestro patrimonio genético y degeneran nuestra especie; que toda la naturaleza está amenazada de muerte, lenta o súbdita.

Queremos ser bien comprendidos: no pretendemos aumental la angustia de nuestra generación. Ya se encargarán otros de ello, que no saben, a menudo, más que inquietar, sin proponer soluciones o sin suscitar la esperanza necesaria para la vida del hombre. Lo que intentamos es evocar en algunas líneas el clima psicológico que acompañó a la aparición y al desarrollo de la teoría evolucionista. Ese clima, en una palabra, es el de un optimismo total, una confianza absoluta en el hombre, en la ciencia. Una mística del progreso. No es de extrañar, pues, que la tesis transformista se haya desarrollado en el curso de ese siglo.

Cierto que no sin resistencia: los teólogos de la época se rebelaron contra esta idea durante mucho tiempo. Inquietos ante las contradicciones que observaban entre las afirmaciones de la ciencia del momento y el relato bíblico de los orígenes, que entonces consideraban inspirado, y, por tanto, infalible desde todos los ángulos, incluso el científico, creyeron poder combatir la idea de evolución (en lo que estaban acertados) a golpe de citas bíblicas o de afirmaciones dogmáricas (en lo cual erraban).

Confundiendo la ciencia con sus resultados, siempre provisionales, los teólogos del siglo XIX creyeron que triunfarían sobre la idea de la evolución, desacreditando a aquélla. Resultado de ello fue una ruptura radicar, que desgraciadamente subsiste todavía hoy. De un lado estaría la ciencia, positiva, partiendo de hechos, sin ideas preconcebidas. De otro, la religión, dogmática, partiendo de ideas preconcebidas, con frecuencia intolerantes. Pero de este esquema resulta una doble caricatura.

Así, durante el siglo XIX y en buena parte del XX la ruptura fue radical. Las consecuencias de esta situación nos parecen funestas. Funestas para la religión, que ha tenido que desligarse de los hechos objetivos en los que se basan los estudios científicos; por esta razón, a menudo se ha alejado de las realidades contentándose con afirmaciones dogmáricas, fundamentando su fuerza sobre una base singular, el magisterio de la Iglesia, en nombre del principio de autoridad. No faltan ejemplos a lo largo de la historia. Funestas también para la ciencia que, por reacción, repudió, con toda justicia, la noción de cualquier autoridad que reprimiera la razón. Poco a poco fue creyendo, desgraciadamente, que era preciso abstraerse también de la noción de revelación divina, incluso del mismo concepto de Dios. 

Tal cosa nos parece peligrosa, incluso anticientífica. Porque siempre que, ante un mismo fenómeno, sean posibles dos explicaciones, una de las cuales postule la existencia de Dios y otra lo contrario, la ciencia se inclinará por la segunda hipótesis. La aplicación de este principio conduce muy frecuentemente a los expertos a una construcción, a una explicación del mundo de la cual Dios es excluido. Así se manifiesta con especial fuerza en lo que concierne a la teoría transformista. Porque, evidentemente, se trata de una teoría y en absoluto un hecho.

Jean Flori & Henri Rasolofomasoandro, ¿Creación o Evolución?

miércoles, 22 de mayo de 2019

Sección 112. ¿CREACIÓN O EVOLUCIÓN? 1.Evolución y transformismo

SECCIÓN 112

¿CREACIÓN O EVOLUCIÓN?

1. EVOLUCIÓN Y TRANSFORMISMO

 

"La evolución es un hecho". Esto es, al menos, lo que afirman muchos de nuestros contemporáneos, sin saber demasiado a fondo cuál es el alcande de tal afirmación. Porque bajo la palabra evolución se confunden nociones bastante dicersas, sin que siempre se tenga consciencia de ello.

¿Qué se entiende exactamente por evolución? ¿Quiere expresarse con esa apalabra la idea de una variación, de un cambio del mundo, de las ideas y de los seres? Entonces, ciertamente, la evolución es un hechos. ¿Se e quiere dar a la palabra un significado más concreto y aplicarlo al campode los seres vivos exclusivamente? También en este caso la evolución es un hecho: los seres vivos no son bloques de hielo, las especies no son inmutables. Algunas desaparecen, por otra parte, cada vez más  deprisa, otras se transforman, se alteran por mutaciones que sobrevienen bruscamente, haciendo surgir caracteres nuevos y dando a luz una especie modificada, generalmente en el sentido de una atrofia o una degeneración. 

Pero no es éste el sentido que se da normalmente a la palabra evolución. Lo más corriente es que quiera expresarse la noción, vulgarizada desde la enseñanza primaria, de transformismo. Se pinesa que la vida, surgida en la Tierra al azar hace centenares de millones de años, se manifestó inicialmente bajo una forma rudimentaria.

Tres nociones se destacan del concepto de evolución:

1) La vida apareció sobre la Tierra hace millones de años, por el juego de las fuerzas físico-químicas, actuando según las leyes del azar.

2)Esta vida se materializó primero bajo apariencias rudimentarias y se hizo dspués progresivamente compleja en el curso de las edades, siempre según las leyes del azar. Las formas vivas se transformaron. Las especies dieron origen a otras especies diferentes a las primeras, mejor organizadas.

3)La idea de progreso está altente: la vida asciende de lo inorganico a lo orgánico, de lo simple a lo complejo, de la primitiva gelatina al hombre, a través de las más diversas formas.

Es precisamente, esta idea del transformismo, la que atacamos aquí. Esta idea sostiene que las especies vivias aparecieron por casualidad, hace millones de años, que derivan unas de otras y se han transformado de manera profunda, haciéndose sucesivamente más complejas, en el sentido de un progreso conducente a la especia humana, coronación de una larga y lenta ascensión.

En próxima publicación analizaremos contexto histórico y psicológico.

Fuente: Jean Flori y Henri Rasolofomasoandro, ¿Creación o Evolución?